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sábado, 29 de octubre de 2011

Meléndrez, un patriota traicionado


Melendrez, un patriota traicionado

Por: Leonardo Reyes Silva

Antonio María Meléndrez Ceseña tuvo una actuación destacada durante la invasión filibustera de William Walker a la Baja California, en 1853 y 1854. De hecho fue él quien obligó a este invasor a refugiarse en los Estados Unidos, luego de varios combates en la parte norte de la península.

En el mes de noviembre de 1853 Walker llegó de sorpresa a La Paz, hizo prisionero al jefe político el coronel  Rafael Espinoza y mandó izar una bandera con los colores rojo y blanco y dos estrellas que simbolizaban a las entidades de Sonora y Baja California como integrantes de una nueva república y, desde luego, se hizo nombrar “Presidente” de la misma.

Pero poco le duró el gusto, por que a los pocos días tuvo noticias que se preparaba un contingente en el sur para combatirlo. Esto y el peligro que representaba el arribo de un barco de guerra mexicano, lo obligó a abandonar el puerto, no sin antes llevarse secuestrados al coronel Espinoza y al general Juan Clímaco Rebolledo que en mala hora había llegado a La Paz para hacerse cargo del gobierno.

Con los prisioneros y los documentos del archivo de la ciudad, se dirigió a Cabo San Lucas y de ahí tomó rumbo hasta llegar a Ensenada donde estableció su cuartel militar. Y sucedió lo mismo que en La Paz: el Subprefecto del Partido del Norte, el teniente coronel Francisco Javier del Castillo Negrete quien radicaba en Santo Tomás, le sorprendió la incursión de los filibusteros y de pronto no halló que hacer, por que no tenía soldados, armas ni municiones.

En ese dilema encontró ayuda inmediata y eficaz en la persona de Antonio María Meléndrez quien, con una fuerza de diez hombres, se enfrentó a los invasores logrando derrotarlos en las inmediaciones del rancho La Grulla. Días después, con un mayor  contingente, los californios apoyados por indios de la región continuaron los combates contra los filibusteros en la misma Ensenada, en San Vicente y en Santo Tomás. En el mes de mayo de 1854 tras una intensa persecución por parte de Meléndrez, el grupo de Walker se internó en los Estados Unidos a fin de librarse de sus atacantes.

Refieren las crónicas que influyó mucho en la derrota de Walker el hecho de que el barco Carolina donde tenía prisioneros a Espinoza y Clìmaco Rebolledo abandonó el puerto y los regresó a la ciudad de La Paz. Y para acabarla, en el buque se fueron también los víveres y los pertrechos de guerra.

En cuanto a Walker fue detenido en San Francisco y acusado de violar las leyes de neutralidad entre los dos países. Nada grave y por eso fue absuelto. Para muchos norteamericanos los invasores fueron héroes audaces seguidores del “Destino Manifiesto”. Para otros, los más sensatos, tal acción fue un desvergonzado crimen.

Y después de ese intento fallido de apoderarse de la Baja California, ¿Qué fue de Antonio Meléndrez? Mientras este patriota libraba los últimos combates contra los invasores, llegó en el mes de marzo a la ciudad de La Paz el general José María Rangel designado por el presidente Santa Ana como comandante y jefe superior político de la Baja California. Con una fama de hombre de pocas pulgas, acostumbrado a hacer las cosas con autoritarismo,  comenzó a gobernar según sus propias conveniencias.

En el Partido del Norte y ante la huida de Castillo Negrete a San Diego, se hizo cargo de esa región Antonio María Meléndrez. Pero no faltaron personas envidiosas e intrigantes que hicieron correr el rumor de que este patriota criticaba al gobierno de Santa Ana. Al saberlo, el general Rangel dispuso que una fuerza militar se dirigiera a San Felipe y que de ahí un emisario le llevara una carta a Meléndrez quien se encontraba en Ensenada.

En la misiva, Rangel le otorgaba el grado de comandante de escuadrón y una recompensa de 500 pesos. Pero en realidad, la orden que tenía el portador de la carta era asesinarlo, como en efecto sucedió. Ese fue el pago para el hombre que salvó a la península de la invasión filibustera de William Walker.

Aún así, el recuerdo del patriota aún permanece. Un ejido y en la actual Ensenada una escuela secundaria, una calzada y un parque llevan su nombre. Es lo menos para un héroe de la talla de Antonio María Meléndrez Ceseña. No fue así con William Walker a quien sólo las crónicas de acuerdan de él. En 1860, cuando andaba en sus andanzas filibusteras, fue capturado y fusilado en una ciudad de Nicaragua.

domingo, 16 de octubre de 2011

Sacerdote y guerrillero


Sacerdote y guerrillero

Por: Leonardo Reyes Silva

En 1825 a los 21 años de edad llegó el fraile dominico Gabriel González para hacerse cargo de la misión de Nuestra Señora del Pilar de Todos Santos. Llegó cuando los pocos centros misionales atravesaban por una crisis económica y de falta de neófitos, que obligó a las autoridades locales a emitir instrucciones para que las propiedades que usufructuaban los frailes pasaran a poder de particulares.

Como había sido costumbre, el padre González tuvo a su disposición las tierras de cultivo y de pastoreo que pertenecían a la misión, administró el producto de esas tierras y tuvo bajo control la fuerza de trabajo representado por los indios dependientes de ese centro religioso.

Acostumbrado a vivir—y vivir bien-- con esas canonjías, no le cayó nada bien que de pronto pretendieran quitarle sus propiedades, y fue ese el motivo de sus protestas y conatos de rebelión contra el gobierno en esa época representado por el jefe político Luis del Castillo Negrete. A tal extremo llegó el problema que en 1842 el padre González fue encarcelado acusado de iniciar una revuelta en contra del gobierno.

Pero ya desde antes, fray Gabriel había dado muestras de su innata rebeldía contra los intereses creados que afectaban el trabajo misional. Dos años después de haber llegado, un jefe político solicitó su expulsión de la península por su “conducta escandalosa y corrompida, usurero y perverso y el azote más cruel e inhumano para los infelices indios”.

Ciertamente el padre no era una perita en dulce. Alentado quizá por los ejemplos de otros sacerdotes, muy pronto, olvidándose de sus votos de castidad, tuvo amoríos con mujeres todosanteñas, una de ellas, Dionisia Villalobos Albáñez, fue la madre de 10 de sus hijos a quienes bautizó con los nombres de Salvador, Gregorio, Atanasio, Jesús, Pedro, Gabriel, Guadalupe, Dolores, Joaquín y Tomasa. En todos esos años hasta que murió en 1868, sus feligreses no lo repudiaron por el hecho de tener una vida sexual tan activa.

Pero todo esto quedó un tanto olvidado, por que al padre Gabriel González se le recuerda por su decidida participación en la defensa de nuestra península durante la intervención norteamericana en los años de 1847 y1848. Un carácter como el suyo no podía ser ajeno a la intromisión de fuerzas extranjeras en territorio nacional.
Desde el momento que las tropas norteamericanas se apoderaron de la ciudad de La Paz, el padre González comenzó a organizar un grupo de todosanteños para oponerse a la invasión. En el patio de la parroquia organizó una fiesta con el fin de promover el alistamiento contra los intrusos. Y ya con ese contingente se sumó a las fuerzas de Manuel Pineda que atacaban a los norteamericanos tanto en La Paz como en San José del Cabo.

Su presencia como caudillo fue relevante. En el informe que rindió Mauricio Castro al Secretario de Relaciones Exteriores en el mes de diciembre de 1847, destacó el patriotismo de los padres Gabriel González y Vicente Soto Mayor. Cabe señalar que incluso dos hijos del padre González participaron también en la lucha contra los invasores. Éstos declararon temerle más al sacerdote que a los jefes militares,  por la influencia que ejercía sobre el pueblo.

Como se sabe, el 2 de febrero de 1848 se firmó el Tratado de Guadalupe que puso fin a la guerra contra los Estados Unidos. Sin embargo en todo ese mes y el de marzo las guerrillas bajacalifornianas continuaron combatiendo en el sur de la entidad. A pesar de su resistencia, fueron derrotadas en San Antonio y Todos Santos, a resultas de lo cual tanto Manuel Pineda como el padre González fueron apresados y enviados al puerto de Mazatlán.

Liberados poco después regresaron a la península y se dedicaron a sus actividades propias. Hasta su muerte, ocurrida en 1868, el padre Gabriel continuó participando en la vida política y social de la Baja California. Cuando en 1851 la diputación territorial expidió un decreto de nacionalización y colonización de los terrenos de las antiguas misiones, el sacerdote dejó de ser el presidente de las misiones dominicas las que estuvieron a cargo desde entonces del clero secular.
Pero no fue fácil librarse de la presencia del padre. Con sus influencias logró la autorización para ejercer como cura secular bajo las órdenes de Juan Francisco Escalante, primer obispo de la Baja California.

Fray Gabriel González ejerció un auténtico liderazgo y su capacidad de convocatoria fue sorprendente, demostrada cuando se enfrentó a Luis del Castillo Negrete en 1842, y cuando participó contra la invasión norteamericana.

Fue un controvertido personaje que estuvo presente en los movimientos sociales y políticos de casi todo el siglo XIX. Fue un representante de Dios en la tierra que, a su modo, pretendió “desfacer entuertos” como el Quijote. Vivió sin hipocresías ni falsas actitudes de redentor. Actuó conforme le dictaba su conciencia y defendió los principios de su religión y de su Orden. Y cuando fue necesario salió en defensa de la libertad del pueblo al que siempre se debió.

sábado, 1 de octubre de 2011

El primer millonario de Sudcalifornia


El primer millonario de Sudcalifornia

Por: Leonardo Reyes Silva

Eran los tiempos de la colonización jesuita y las fundaciones de las misiones religiosas a todo lo largo de la península conocida como California. En Loreto, lugar donde se estableció la primera misión y el presidio, el padre Juan María de Salvatierra y después los padres Jaime Bravo, Juan de Ugarte y Clemente Guillén, fueron los organizadores de los centros religiosos algunos tan importantes como San Francisco Javier, Santa Rosalía de Mulegé y San José de Comondú.

Fue también la época, unos ciento cincuenta años atrás, en que navegantes y buscadores de fortuna recorrieron las costas californianas en busca de perlas y yacimientos minerales. Desde Hernán Cortés en 1535 hasta Isidro de Atondo y Antillón en 1683, las ostras perleras constituyeron el principal objetivo de sus expediciones.

Con el paso del tiempo la explotación de este molusco se fue reduciendo y más aún porque los misioneros prohibían la pesca y comercialización de las perlas. Pero a pesar de esto, la ambición de riquezas superó dificultades y anatemas. Y ese fue el caso de Manuel de Ocio, a quien el historiador norteamericano  Harrý Crosby lo llamó “el primer millonario de California”.

Manuel de Ocio, en los años de 1730 a 1740, fue un soldado del presidio de Loreto y estaba bajo las órdenes del comandante Esteban Rodríguez Lorenzo quien, por cierto, se convirtió en su suegro ya que se casó con su hija Rosalía. En esos años estuvo comisionado en varias misiones, entre ellas la de Todos Santos. Aquí tuvo lugar un grave percance debido a la insurrección de los indígenas en el sur de la península, en 1734.

Cuando llegó le llegó la noticia al padre Sigismundo Taraval de la muerte de los padres Lorenzo Carranco y  Nicolás Tamaral de las misiones de Santiago y San  José del Cabo, se negó de pronto a abandonar Todos Santos, a pesar del grave peligro que corría. Y fue entonces cuando Manuel de Ocio y otros dos soldados lo obligaron a huir para salvar su vida.

En 1740, Ocio se encontraba destacamentado en la misión de San Ignacio, apoyando las actividades religiosas del padre Fernando Consag quien fue el que inició la construcción de la iglesia utilizando piedra cantera de la región. Y así hubiera transcurrido su vida, si no es que un suceso fortuito le cambió su suerte.

Resulta que a resultas de un mal tiempo, el mar arrojó en las costas cercanas a la misión una gran cantidad de ostras perleras, mismas que fueron encontradas por los indígenas que merodeaban esas playas. Y como sabían que las perlas eran muy apreciadas por los españoles, llevaron una buena cantidad a los soldados quienes las adquirieron a cambio de baratijas y prendas de vestir. Ocio, con gran visión dedujo que en esos litorales  deberían existir ricos bancos perleros y sin pérdida de tiempo regresó a Loreto donde solicitó su baja de la milicia, para dirigirse a la contracosta—Matanchel—con el fin de proveerse de canoas y mercancías.

Ya de vuelta a la zona de pesca, Ocio comenzó la explotación y el producto le permitió en los años siguientes recaudar hasta once arrobas de hermosas perlas, lo que le permitió excelentes ganancias. Sin embargo, la competencia en la explotación de los placeres y e hecho de que solamente en los meses de verano y otoño se podía bucear en los yacimientos, obligó a Manuel de Ocio a buscar otras alternativas de trabajo.
En 1748, acompañado de vaqueros, soldados jubilados y de indígenas de sonora, Ocio fundó el Real de Santa Ana en el sur de la península. Ahí se dedicó a la extracción y beneficio de la plata. Años después se fundaron también los pueblos mineros de El Triunfo y San Antonio. Dice un descendiente de la rama de los Mendoza que el Real llegó a tener 22 familias trabajando para Ocio y que los operarios de las minas eran cerca de 200 obreros.

De esta forma, Ocio combinó la pesca de las conchas perleras con la explotación de la plata y en menos proporción el oro. Según un reporte a la Caja Real de Guadalajara, Ocio declaró que hasta el año de 1768 se habían logrado obtener 24 mil 642 marcos de plata. Después de ese año, justo cuando los jesuitas fueron expulsados de la península, tres de las minas de Ocio y la hacienda de beneficio del Real de Santa Ana fueron adquiridas por el gobierno virreinal Así terminaron las actividades mineras de este exsoldado del presidio de Loreto.

Dicen las crónicas que Ocio murió asesinado en el pueblo minero que fundó. De su familia, doña Rosalía y sus hijos Antonio y Mariano, se sabe que se fueron a radicar a la ciudad de Guadalajara. Una parte de sus descendientes emigraron a la región norte de la península, como la señora Marina Ocio que vivía en el rancho “Guadalupe de los Ocios” cerca de San Vicente, y la cual afirmaba que era nieta directa de don Manuel.
  
Manuel de Ocio se hizo millonario con las perlas y la plata. Pero a juicio de muchos historiadores, el mayor mérito que no llevó el signo de pesos, fue el haber establecido el primer núcleo poblacional que no estaba bajo la jurisdicción de los jesuitas. El Real de Santa Ana fue por eso el punto de partida para que , con el tiempo, la mayoría de los pueblos misionales dejaran de depender de las autoridades religiosas y se convirtieran en comunidades donde las tierras eran propiedad de sus habitantes.