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sábado, 26 de noviembre de 2011

Robinson Crusoe en California


Robinson Crusoe en California

Por: Leonardo Reyes Silva


En un libro anterior me refería a este pasaje que resulta interesante conocerlo, especialmente por la relación que existe con una novela del siglo XVIII a la que su autor, el escritor inglés Daniel Defoe, le puso por nombre “Las aventuras de Robinson Crusoe. Considerada como la primera novela inglesa, fue publicada en 1719 y en ella narra la vida de un náufrago que pasa 28 años abandonado en una remota isla conocida como “Más-a-tierra” del archipiélago chileno de Juan Fernández.

La novela relata las aventuras de un marinero del puerto de York que se enlista en un barco mercante para recorrer los mares en ese entonces conocidos. Robinson pertenecía a una familia acomodada, pero su afán de conocer el mundo lo hicieron embarcarse sin imaginar el sin fin de aventuras que pasaría. En el naufragio de la embarcación fue el único superviviente que logró arribar a una isla deshabitada cerca de la desembocadura del río Orinoco.

Durante sus largos años en la isla, en una ocasión rescata a un nativo de de un grupo de caníbales los cuales habían llegado a la isla para preparar una hoguera y comérselo. Después de liberarlo lo llamó Viernes por que fue el día en lo salvó de la muerte. Desde entonces fue su compañero y juntos sortearon diversos peligros. Por fin una nave inglesa lo rescató y lo llevó de regreso a Inglaterra.

Ese es el contenido de la novela pero en la realidad sucedió algo parecido. Resulta que en el año de 1709, el pirata inglés Woodes Rogers recorrió el Océano Pacífico en sus buques “Duke” y “Dutchess” y en el mes de diciembre de ese año arribó Puerto Seguro como se llamaba en ese entonces Cabo San Lucas. Su intención era apoderarse  de los galeones que venían de Filipinas como en efecto lo hizo con la nao “Nuestra Señora de la Encarnación”. Quiso hacer lo mismo con el “Begonia” pero fue rechazado.

En la tripulación del “Duke” venía un marinero que habían rescatado de la isla de “Más-a-Tierra, del archipiélago chileno de Juan Fernández. Cuenta Rogers en su “ A Cruising Vollage Round the World” que el hombre estaba cubierto de pies a cabeza con pieles de cabra y con aspecto más salvaje aún que estos animales. Su nombre era Alexandre Selkirk y había sido abandonado en ese lugar por el capitán Padlin cuatro años antes.

Ante el capitán y los marineros, contó su maravillosa y conmovedora historia de su desolación, de sus temores y de sus miedos de los primeros días en esa isla desierta; de la vida que se vio obligado a llevar y el afan de supervivencia lo hizo más ágil al igual que las cabras a las que daba caza.

Durante los días que el “Duke” estuvo anclado frente a Cabo San Lucas, parte de sus tripulantes bajaron a tierra, entre ellos seguramente Selkirk, y fue así como tuvieron contacto con los indígenas pericúes. La descripción que hace de las costumbres y características de los nativos de esa región es interesante sobre todo por los datos etnológicos que aporta. Así, por ejemplo, dice en una parte de su relato:
Los naturales que vimos aquí eran como 300; tenían grandes brazos, eran rectos, altos y de color más oscuro que cualesquier otras gentes que había visto en el Mar del Sur. Su cabello largo, negro y derecho y caía hasta los muslos. Los hombres completamente desnudos y las mujeres llevaban una cubierta de hojas sobre sus privados, o pequeños delantales de hierba o los pellejos  de aves y animales…”

Después de su enfrentamiento con el galeón “Begonia”—debido a los ataques piráticos estos venían artillados—Rogers regresó a Inglaterra llevando un cuantioso botín arrebatado a la “Nuestra Señora de la Encarnación”. Con el tiempo y como “premio” a sus hazañas de corsario, ocupó el cargo de gobernador real de las islas Bahamas, lugar donde murió en 1732.

El caso de Alexandre Selkirk que originó la famosa novela de Robinson Crusoe, tiene semejanza con otros dos que sucedieron más o menos en las mismas fechas. Una es la de Pedro Serrano que naufragó junto con dos marineros en un inhóspito banco de arena del Caribe y que fue rescatado después de 8 años de vida solitaria en ese lugar. El otro, y que tuvo lugar en Baja California en 1713, fue el cautiverio del marinero Juan Díaz a manos de los indios pericués que habitaban la isla de San José. Al escapar, se refugió en una cueva en la costa, frente a la isla de Cerravo donde vivió mucho tiempo a base de pescados y mariscos.

Por cierto, en los últimos estudios sobre la novela de Robinson Crusoe se cree que Daniel Defoe se inspiró en la aventura de Juan Serrano y no de Alexandre Selkirk. Será por la semejanza. 

sábado, 12 de noviembre de 2011

La vacuna milagrosa


La vacuna milagrosa

 Por: Leonardo Reyes Silva
Cuando Edward Jenner descubrió la vacuna contra la terrible enfermedad de la viruela negra, ya el virus había matado a millones de seres humanos en todo el planeta. Desde varios siglos A.C. la peste asoló a muchas regiones del Oriente, y todavía en 1720 hizo estragos en Francia e Italia.

Sobre este último país es conocida la historia de 10 jóvenes—7 mujeres y 3 hombres—que huyendo de la peste en la ciudad de Florencia se refugiaron en un apartado rincón de la campiña, donde permanecieron hasta que se terminó la epidemia. Así lo relata Giovanni Boccaccio en su famosa obra “ El Decamerón” escrita en el año de 1348.

Se debe recordar también la devastación causada por las pandemias de 1521 y 1575 en la Nueva España, sobre todo la `primera dado que por su causa los aztecas  infectados de ese mal, no pudieron ofrecer resistencia a los embates de las tropas españolas. De no ser por eso, otro gallo hubiera cantado.

Y es que el virus de la viruela no se conocía en América sino que fueron los españoles los que transportaron la enfermedad. Los indios no tenían defensa alguna, ni natural ni medicinal. Cuando los conquistadores llegaron a las diferentes regiones del continente llevaron con ellos el virus de la viruela y, en su momento, contagiaron a los grupos indígenas de California.

Las crónicas de esa época, particularmente en la época de la evangelización jesuítica en el siglo XVIII, refieren con detalle las epidemias que casi acabaron con la población indígena concentrada en las misiones establecidas por los misioneros en San Javier, Mulegé, Comondú, San Ignacio, Santiago y San José del Cabo. El sarampión, el paludismo, la tifoidea, la sífilis y la viruela causaron gran mortandad en los indefensos indígenas.

Para 1768, de 41500 naturales que existían cuando llegaron los misioneros jesuitas, solamente quedaban 700, mismos que desaparecieron cincuenta años después. Desde luego fueron varias las causas de su desaparición, pero una de ellas, quizá la más seria, fueron las enfermedades que contrajeron.

En 1805, siendo gobernador de la Baja California don Felipe de Goycoechea, llegó a Loreto el médico cirujano y botánico don José Francisco Araujo, quien venía a inspeccionar las causas por la cuales muchos nativos morían de enfermedades contagiosas. Gracias a sus conocimientos pronto se dio cuenta que el causante de los males era el virus de la viruela.

Ante la gravedad de la epidemia, por medio del gobernador solicitó al virrey de Nueva España don José de Iturrigaray, le enviara “el pus de la vacuna” para contrarrestar el problema. Atendida su petición llegó a Loreto la sustancia, misma que fue aplicada mediante inyecciones a las personas enfermas. No se sabe de la eficacia del medicamento, aunque en otros lugares del mundo había sido exitosa.

Caso análogo pero 39 años después, en 1844, sucedió con una epidemia de viruela que padecía la población de La Paz y que se propagaba causando la muerte a niños, jóvenes y adultos. El jefe político en funciones, alarmado, buscó la manera de atacar la enfermedad. Al respecto del mandatario existe una confusión que es preciso aclarar.

Desde el mes de abril de 1843 hasta el 10 de mayo de 1844, el coronel Mariano Garfias fue designado Jefe Político de la Baja California. Antes de él había estado el también coronel Francisco Padilla, personaje que abandonó la jefatura por algunos meses y se fue a Mazatlán. Cuando Garfias entregó el gobierno lo sustituyó el coronel Francisco Palacios Miranda.

Sin embargo, en el libro “Los apuntes históricos de Manuel Clemente Rojo sobre Baja California” incluye un relato del señor Ramón Navarro, quien fuera jefe político de la entidad, en que afirma que después de Garfias llegó como encargado de la jefatura el coronel L. Maldonado (1844) y a él le tocó hacer frente a la epidemia de la viruela.

Como era un hombre muy atrabancado y acostumbrado a hacer su real gana, mandó traer la vacuna y en lugar de dejar que un médico la aplicara, él mismo lo hizo con ayuda del señor Francisco Lebrija, Juez de Primera Instancia. Así es que mandó por los enfermos y comenzó a vacunarlos según su propio método. Nomás que eran más los que morían que los que se salvaban.

Llegó a tal grado el miedo a vacunarse que los nativos huían a los montes donde se sentían más seguros. Y es que el procedimiento no era el adecuado. Platican los que se dieron cuenta de ello, que L. Maldonado insertaba en una aguja una mecha de lienzo, lo humedecía en pus y después la insertaba entre el cuero y la carne del enfermo. A los pocos días ya era difunto.

El señor Navarro dice que fue tanta la mortandad en la ciudad de La Paz, que de “600 almas solo quedaron 200…” La vacuna en sí era milagrosa, pero fue convertida en letal por obra y gracia de un jefe político ignorante.