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sábado, 18 de febrero de 2012

Guerrero Negro


GUERRERO NEGRO

Por Leonardo Reyes Silva

El nombre de esta población del norte del Estado da mucho de que hablar. Porque ¿de quién fue la idea de ponerle Guerrero Negro a este lugar que tiene apenas 56 años de haberse fundado y que tiene como característica su dependencia de una de las empresas salineras más grandes del mundo?

Dicen las crónicas que en 1954, el norteamericano a cargo de la Compañía Exportadora de Sal recién establecida en ese lugar, reunió a los pocos trabajadores para preguntarles que nombre le pondrían al poblado. Las propuestas fueron tres: Salinitas, Vizcaíno y Guerrero Negro, decidiéndose por esta última aunque, a decir verdad, puede que haya habido cierta influencia del empresario en cuestión.

Y es que todavía muchas personas residentes en el lugar, y no se diga de las extrañas, no se explican bien a bien por que el nombre de Guerrero Negro, tan diferente a la toponimia que distingue a la Baja California. Es por eso que algunos historiadores, entre ellos Miguel Mathes, han investigado el origen de los vocablos, basándose en documentos de muchos años atrás, sobre todo los que se refieren a la cacería de ballenas en las costas de América, por el lado del océano Pacífico.

Allá por 1850, unos barcos balleneros que recorrían los litorales de la península bajacaliforniana, descubrieron los lugares de cría de las ballenas grises y a partir de entonces comenzó una explotación indiscriminada de ese cetáceo. La bahía Sebastián Vizcaíno fue una de las zonas donde cada temporada —de noviembre a marzo— se cazaban miles de ballenas a tal grado que en el período de 1856 a 1869 se sacrificaron cerca de 30 mil de estos animales.

El norteamericano Charles Melville Scammon, en su barco Ocean Bird fue de los capitanes que más tiempo dedicó a esta industria. En 1858 llegó a la bahía de Sebastián Vizcaíno y entró a la Laguna Ojo de Liebre a la que bautizó como Laguna Scammon. Gracias a él y al diario de ese viaje, se conoció el naufragio de la goleta “Black Warrior” que tuvo lugar en ese mismo año.

La goleta había llegado en el mes de noviembre y ancló en uno de los esteros de la laguna en espera de las ballenas, pero en diciembre el capitán Brown decidió cambiarse de sitio, y fue entonces cuando el fuerte oleaje arrastró la nave hacia la orilla de la costa rompiéndole la quilla. Los otros barcos surtos en la laguna acudieron en su auxilio y lograron salvar parte de los barriles de aceite que guardaba en sus bodegas.

Dicen los pescadores de esa zona, que todavía a finales del siglo se podían ver los restos de la malograda goleta Black Warrior. Y hubiera quedado en el olvido si no es que Charles Melville llevado de su espíritu científico, al dar a conocer las rutas migratorias y los hábitos de las ballenas grises, hizo alusión de la Laguna Ojo de Liebre y del fin que había tenido la embarcación.

Desde luego, en 1954, cuando se comenzó a formar el pueblo de Guerrero Negro, sólo los dueños de la empresa salinera conocían de este hecho dado que toda esa información estaba en inglés. De haberlo sabido quien sabe si le hubieran puesto ese nombre, ya que esa goleta y muchos más barcos procedentes de las islas de Hawai y San Francisco casi acabaron con las ballenas grises, en su afán de enriquecerse a costa de su carne, de su aceite y de sus huesos.

Al que sí se recuerda es a Charles Melville por haber bautizado a la laguna como Scammon y también porque es autor de un libro sobre los mamíferos marinos de la costa norte-occidental de América del Norte. Y algo de remordimiento o de falso orgullo debió haber tenido, porque en la historia ballenera de los Estados Unidos es conocido como “Charles Melville, Ojo de Liebre”.

Según fuentes oficiales, el lugar tiene la denominación de Puerto Venustiano Carranza, pero ha imperado el nombre de Guerrero Negro. Y como la costumbre hace ley, así se le conoce en la actualidad aunque, a decir verdad, hubiera sido preferible el primero por aquello de nuestra identidad como mexicanos. 

domingo, 5 de febrero de 2012

Los apuros del general Múgica


Los apuros del general Múgica

por Leonardo Reyes Silva

Cuando al general Francisco J. Múgica lo comisionaron para que se hiciera cargo del gobierno del Distrito Sur de la Baja California, nunca se imaginó la tarea tan ardua que tenía por delante, no sólo por el atraso en el desarrollo económico de la entidad sino también por el olvido ancestral en que se había tenido a esta región de nuestro país.

Y a lo anterior hubo que sumarle el peligro latente que significaba la declaración de guerra contra los países del Eje —Alemania, Italia y Japón— y la probable invasión de las costas californianas por las fuerzas niponas, sin contar la manifiesta oportunidad de los Estados Unidos para, con el pretexto de la defensa de sus costas, penetrar al territorio mexicano para protegerlo de ese supuesto arribo de las fuerzas enemigas.

Pero Múgica sabía como “mascaba la iguana” tratándose de las ambiciones territoriales de los norteamericanos y peor sabiendo que desde siempre habían querido adueñarse de la Baja California. Por eso, en mensajes enviados al presidente Ávila Camacho, le reiteraba la necesidad de construir caminos hacía la costa por los rumbos de Bahía Magdalena, la adecuación de campos de aterrizaje y contingentes militares para hacerle frente a cualquier emergencia.

Pero el peligro no llegó del Japón sino de los Estados Unidos. Sin decir agua va, a finales de 1941, tropas norteamericanas pasaron la línea fronteriza por la ciudad de Tijuana y se posesionaron de puntos estratégicos del norte de la península y llegaron incluso hasta la población de Santa Rosalía. Fue en ese mes de diciembre cuando el general Cárdenas, nombrado comandante de la Región Militar del Pacífico, acompañado del general Múgica, se dio cuenta que a la altura de Bahía Magdalena se encontraba una flota norteamericana.

Gracias a la firme determinación del general Cárdenas y con el apoyo del presidente Ávila Camacho, en el mes de enero del siguiente año las tropas invasoras regresaron a su país. En ese entonces se hacía la pregunta sobre quien había autorizado la entrada de los gringos a nuestro suelo. Por que había peligrado la soberanía de México.

Pero eso no fue todo. Seguía latente la intromisión de los Estados Unidos y fue por eso que tanto Cárdenas como Múgica insistieron ante el presidente Ávila Camacho la urgente orden de evitar a toda costa que las tropas norteamericanas penetraran al país. En el mes de marzo de 1942, cuando el IV Ejército al mando del general Hewitt formado por 20 mil elementos llegaron hasta la frontera con México, el pueblo de Tijuana, apoyado por el ejército mexicano se opusieron a la invasión y con voces iracundas gritaban: ¡No pasarán! ¡No pasarán!

Cuenta la crónica que ante la valerosa decisión de los tijuanenses y la enérgica actitud de los militares mexicanos, el ejército extranjero se vio obligado a regresar a sus bases en la ciudad de San Diego. En sus memorias, el general Heriberto Jara se refirió a este suceso diciendo: “Ya los soldados norteamericanos estaban listos para cruzar la frontera. Cárdenas dio orden de hacer fuego si pasaban. Y así lo comunicó al gobierno de los Estados Unidos que ante tan digna actitud optó por cancelar tan descabelladas disposiciones”.

Este fue el mayor peligro por el que atravesó nuestro país en la Segunda Guerra Mundial. Y aunque las pláticas para llegar a acuerdos sobre la defensa del territorio nacional prosiguieron en buenos términos, lo cierto es que si no hubiera sido por la firme determinación de Cárdenas y las protestas enérgicas de Múgica, a lo mejor los gringos se hubieran salido con la suya.

Múgica demostró en estos inesperados acontecimientos su acendrado patriotismo y la actitud viril de un destacado mexicano. Sobre el particular, en una ocasión, ante un grupo de oficiales de la Región Militar del Pacífico, expresó: “Negociando podremos sobrevivir; pero si no logramos salvarnos por este medio solamente nos quedará un recurso: el de hacernos matar defendiendo nuestra dignidad; sólo así salvaremos a México de la ignominia y las generaciones futuras no maldecirán nuestra memoria…”

Resuelto el grave problema de la incursión de los americanos en tierras de la Baja California, el general Múgica continuó atendiendo los asuntos relacionados con el mejoramiento de las condiciones de vida de los habitantes del Distrito Sur abriendo fuentes de trabajo, la apertura de zonas agrícolas, las campañas contra las enfermedades infecciosas, el impulso a la educación y el deporte, la construcción de caminos y la ampliación de los presupuestos asignados al Distrito por el gobierno central.

Quizás, independientemente de sus esfuerzos para lograr un mejor desarrollo para la entidad, uno de sus mayores méritos fue la firme defensa de la soberanía de esta región del país. Su voz fue escuchada por los altos funcionarios del gobierno, quienes compartieron sus inquietudes y el peligro que representaba la penetración de tropas norteamericanas a territorio nacional. Es por eso de los apuros del general Francisco J. Múgica.