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sábado, 21 de julio de 2012

Corsarios en Baja California II


Corsarios en Baja California
Segunda parte

Por Leonardo Reyes Silva

Cuando Lord Cochrane decidió enviar a las corbetas “Independencia” y “Araucano” al golfo de California en busca de naves españolas, no se imaginó los sucesos que dieron lugar cuando arribaron a las costas de la península, a principios del año 1822.

Mientras el “Araucano” se dirigía al pueblo de Loreto en busca de provisiones, sobre todo de carne de res para hacer “charquí”, el “Independencia” atracó en San José del Cabo gobernado por autoridades españolas y donde se encontraba la misión jesuita fundada en 1730.

Wilkinson se apoderó del pueblo y tomó prisioneros a don Antonio Quartara y su ayudante, aunque después, dadas las aclaraciones los dejó en libertad. Hizo bien, porque Quartara se convirtió en un colaborador de los chilenos. Les proporcionó ganado y víveres y logró que varios objetos de valor que habían sido hurtados por los marinos fueran devueltos a sus dueños.

Y todo hubiera permanecido en paz, si no es que Wilkinson recibió noticias de un barco español que se encontraba en Todos Santos y con el fin de apoderarse de él envió a un grupo de marineros en su busca. Lo encontraron, lo inutilizaron para que se hundiera y en vez de regresar optaron por buscar alimentos en el pueblo. Pero los habitantes del lugar, enterados de lo que habían hecho, los enfrentaron y mataron a varios de ellos.

Mientras tanto había llegado a San José el padre superior de las misiones de California, Miguel Gallego, quien de inmediato se dio cuenta de la situación. Y para evitar represalias por lo sucedido en Todos Santos, decidió cortar por lo sano y declarar la independencia de California del gobierno español. Al menos es lo que dice el historiador Carlos López Urrutia en su libro “Los insurgentes del sur”.

Aunque otros investigadores afirman que fue el comandante de armas de la jurisdicción del sur, el alférez Fernando de la Toba quien, a principios de marzo, realizó el juramento de la independencia alarmado por la presencia de las corbetas de Lord Cochrane.

Siguiendo el relato de López Urrutia, cuando terminó la ceremonia del acto de independencia, el pueblo josefino invitó al comandante Wikilson y sus oficiales a un banquete donde se les agasajó “con tal variedad de platos como jamás se había visto en fiesta alguna. La cocina indígena nunca se alzó a un grado superior y los guisos, especialmente los de tortuga, jamón y venado, resultaron excelentes”.

Cuando terminó el agasajo —relata López Urrutia— el comandante ordenó a uno de los oficiales cuidara de llevar los barriles de agua al barco, ayudado por varios marineros. Pero el movimiento causó el sobresalto del padre superior, quien al no entender las órdenes dadas en inglés, creyó era una emboscada; como pudo subió a su mula y emprendió veloz carrera rumbo a su misión.

Vowel, un oficial de la corbeta, refiere que algunos marineros lo siguieron también a galope tendido y esto “sirvió para aumentar hasta lo último el terror del pobre fraile con sus hábitos que volaban al viento, perseguido por los herejes ingleses…”. Poco después, aclarada la confusión, por intermedio de Quartara, el padre se convenció de su equivocación. Y así volvió la armonía entre ellos.

Por su lado, “El Araucano” había llegado a Loreto donde encontró poca resistencia, pues el gobernador José Darío Argüello advertido del peligro había huido al pueblo de Comondú, llevándose los objetos de valor de la iglesia. Al frente de la defensa quedó el alférez José María Mata.

A la tripulación de la corbeta le fue mal. Mientras parte de ellos se ocupaban en preparar la carne de res y convertirla en “charquí”, los que se habían quedado a bordo se amotinaron y convertidos en piratas se dirigieron al sur en busca de presas. La corbeta “Independencia” llegó días después a Loreto y después de tener conocimiento de lo sucedido, subió a bordo a los marineros para enfilar rumbo al puerto de Guaymas donde compró cereales y varias clases de comestibles.

Bien aprovisionado, Wilkinson enfiló también al sur buscando en su recorrido a los barcos españoles que se habían hecho “ojo de hormiga”. Por más que los buscó no pudo dar con ellos. En esas condiciones, después de pasar por Guayaquil, la corbeta llegó a Valparaíso en el mes de junio de 1822.

Así terminó, dice López Urrutia, la primera y única expedición chilena a las costas de la península californiana. Las relaciones con los habitantes no fueron cordiales, pero esto se debió a que los consideraron piratas, cuando en realidad formaban parte de la Escuadra Chilena al mando de Thomas Cochrane, que luchó en forma sobresaliente por la independencia de los países de América.

sábado, 7 de julio de 2012

Corsarios en Baja California


Corsarios en Baja California

Por Leonardo Reyes Silva

Primera parte

En los siglos XVI hasta principios del siglo XIX el dominio de los mares fue una obsesión para los países europeos, sobre todo de Inglaterra y España. Con el descubrimiento del continente americano y sus riquezas, estas dos naciones buscaron beneficiarse y lograr, por cualquier medio, la hegemonía en el control marítimo de esa amplia zona del mundo.

En esa época España, con sus colonias en América, disfrutaba de un nivel económico extraordinario gracias a los productos mineros, agrícolas y de diversa índole que les eran enviados de los virreinatos de la Nueva España, del Perú y del Caribe. Además del intercambio comercial con el oriente, en especial con Filipinas.

Tratando de disminuir el poder de España, la reina Isabel de Inglaterra autorizó a personajes importantes para actuar como corsarios tanto en el océano Atlántico como en el Pacífico. Fue así como John Hawkins, Henry Morgan, Francis Drake, Thomas Cavendish y Jack Rakhman, en fragatas, bergantines y corbetas armadas con cañones de diversos calibres, se apoderaron y destruyeron un gran número de barcos mercantes, apoderándose en muchos casos de cuantioso botines que fueron a dar a la corona inglesa.

Uno de estos corsarios, Drake, recorrió los litorales de la península en 1579 y llegó a la altura de lo que hoy es la ciudad de San Francisco en los Estados Unidos. En ese lugar desembarcó y le puso por nombre Nueva Albión en honor a su soberana, la reina Isabel. Drake está considerado como uno de los corsarios más terribles que asolaron los mares y las ciudades de Nueva España.

Otro más fue Thomas Cavendish quien en 1587 capturó el galeón “Santa Ana” que hacía la ruta Manila-Acapulco. Lo esperó cerca de Cabo San Lucas y después de saquearlo lo incendió, no sin antes dejar a los tripulantes y pasajeros en tierra. Por cierto en él venía Sebastián Vizcaíno, quien años después le daría el nombre a nuestra ciudad.

Otro corsario que no cantaba mal las rancheras fue Hipólito Bouchard, un marino argentino que en el año de 1818 se apoderó de los presidios de Monterey y Santa Bárbara, en la Alta California. Pero de este aventurero hablaremos más en otra ocasión.

El siglo XIX se distinguió por que en ese periodo se llevaron a cabo los movimientos de independencia en todas las colonias españolas, comenzando con México, en 1810. Todavía en los años veinte del siglo, Perú, Chile, Colombia, Argentina, liderados por patriotas como Bolívar, San Martín, Sucre y O¨Higgins, defendían su derecho a ser independientes, libres de la tutela de España.

Y en esos movimientos revolucionarios la Armada de Chile fue una fuerza que contrarrestó los intentos dominadores de la marina española. Pero también los corsarios prestaron un gran servicio a la causa de la independencia. Corsarios fueron los buques La Fortuna, El Chileno, Santiago Bueras y El Catalina.

La primera escuadra naval que se formó en Chile tuvo como almirante a un marino inglés de gran reputación que fue en su tiempo miembro del Parlamento, de nombre Thomas Cochrane y con el título de Lord. Se dice que cuando lo contrataron para hacerse cargo de la escuadra chilena se hallaba sin empleo y acusado de fraude en la Bolsa de Valores de Londres.

En el año de 1819 inició su campaña contra los barcos realistas, bloqueando los puertos donde se encontraban. La historia de Chile refiere que la toma del puerto de Valdivia, “fue sin duda alguna la acción más extraordinaria de todas las guerras de la independencia”. Un año después, la escuadra se apoderó de la ciudad de Lima, en el Perú.

En la contienda apresó varias embarcaciones españolas, pero dos de ellas, las fragatas “Prueba” y “Venganza” lograron escapar del acoso de los bergantines chilenos. Cochrane fue informado que se dirigían al norte, por el rumbo de las costas mexicanas. Fue en su persecución y llegó hasta el puerto de Acapulco sin lograr dar con ellas. A principios de 1822 dispuso que las naves “Independencia” y “Araucano” se dirigieran al puerto de San Blas y el golfo de California en busca de los buques españoles, mientras él lo haría al sur hasta llegar a las costas de Chile.

Acatando las instrucciones recibidas, el comodoro Wilkinson —a cargo del “Independencia”—  ordenó al comandante Simpson del “Araucano” se dirigiera a Loreto en busca de provisiones, mientras que él llegaba al puerto de San José del Cabo. Fue así como estas dos naves que formaban parte de la escuadra chilena llegaron a la península de la Baja California.

Su estancia en San José y en Loreto será motivo de un relato próximo. Lo que sí no da lugar a dudas es que esas dos fragatas no eran corsarias ni mucho menos piratas, y que Lord Cochrane es considerado como un personaje en la república de Chile, en donde incluso existen monumentos en su honor.