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sábado, 27 de abril de 2013

Pinturas rupestres en Baja California



Por Leonardo Reyes Silva

El historiador y explorador Carlos Lazcano descubrió hace poco unas pinturas rupestres localizadas en la sierra de San Juan, en el estado de Baja California. Aunque en sus recorridos ha encontrado y registrado más de un centenar de ellas en diversos sitios, éstas que encontró en una cueva presentan una serie de pinturas de color rojo, ocre, negro y blanco, estilo Gran Mural.

El mural mide más o menos ocho por tres metros y en él se encuentran venados, borregos cimarrones y numerosas figuras humanas. Las pinturas están a cinco metros de altura sobre el techo de la cavidad. A pesar de su antigüedad aún se conservan en buen estado. “Son hermosas”—dice su descubridor.

El descubrimiento de estas pinturas da pie para recodar un poco las investigaciones que se han realizado en torno al arte rupestre en la península de la Baja California. Y, desde luego decir que los primeros en escribir sobre ellas fueron los misioneros jesuitas del siglo XVIII, en especial el padre José Mariano Rothea quien atendió la misión de San Ignacio en los años de 1759 a 1768.

El padre Rothea recorrió parte de la sierra de San Francisco y desenterró restos humanos de gran estatura. El mismo jesuita escuchó de sus feligreses varias narraciones acerca de una leyenda sobre la procedencia de los antiguos californios autores de esas pinturas. Según la leyenda en tiempos remotos llegaron del norte grupos de extraordinaria estatura que venían huyendo y se refugiaron en la región montañosa de la península, principalmente en las sierras de San Borja y San Francisco.

Afirma la leyenda que los cochimíes que ocupaban la región no eran descendientes de los pintores y que éstos desaparecieron dejando tan solo su recuerdo en las pinturas y petroglifos existentes en diversos lugares de la península.

En 1895, León Diguet conoció algunas de esas pinturas y publicó un informe acompañado de dibujos y fotografías. Cinco décadas después, en 1951, personal del Instituto de Antropología e Historia reconoció a las pinturas rupestres de la cueva de San Borjitas, cercana al pueblo de Mulegé. En esa expedición figuraba el escritor Fernando Jordán quien en sus reportajes en la revista “Impacto” había dado a conocer la importancia de ese descubrimiento.

Pero fueron el escritor Harry Crosby y el fotógrafo Enrique Hambleton quienes en el año de 1972 recorrieron la sierra de San Francisco, con el fin de localizar y catalogar los lugares donde se encontraban las pinturas. Por cierto, es de gran interés leer los comentarios que Enrique hace de sus recorridos. Dice en su libro “La pintura rupestre de Baja California”:

A menudo no me era posible contener mis ansias y, pese a la fatiga debida al constante esfuerzo por avanzar entre matorrales y rocas sueltas, apresuraba mis pasos… El hecho de ser uno de los pocos afortunados que han contemplado de cerca estas obras trascendentales, anula todo recuerdo de inevitables contratiempos, y surge en mí un sentimiento de gratitud por el privilegio de esa contemplación”.

En las fotografías de las pinturas en las cuevas de la sierra de San Francisco, aparecen figuras semejantes a las que Carlos Lazcano descubrió en la sierra de San Juan. Por eso es casi seguro que los dos sitios fueron ocupados por el mismo grupo primitivo, aunque por la situación geográfica primero habitaron la sierra de San Juan y posteriormente la de San Francisco.

En su viaje de exploración, después de caminar seis horas sobre un terreno con muchos pedregales y despeñaderos, además de todo tipo de arbustos espinosos, llegó al lugar que buscaban. Trazó en un mapa el sitio y tomó muchas fotografías tanto de día como de noche. “Por mera protección, --dice Carlos-- no divulgaré su ubicación ni como llegar a la cueva. Así evitaré que vándalos lleguen a ella”.

El descubrimiento de las pinturas rupestres de la sierra de San Juan es uno más de los muchos que ha logrado Carlos. Y que le han dado grandes satisfacciones. Él mismo lo dice: “Explorar geografías es parte de mi amor por la vida. Por eso amo profundamente a la naturaleza, por que convivo mucho con ella a través de las exploraciones, de los campamentos, del encuentro con la flora y la fauna, de beber el agua en los mismos manantiales, de caminar entre las veredas y los cerros, de bañarme en los arroyos”.

“Estoy convencido —afirma— de que en las escuelas primarias y secundarias debería incluirse un curso de campismo, donde el alumno aprenda a tener un verdadero contacto con la naturaleza, y esto le pueda servir para apreciar más a nuestra Madre Tierra, y sobre todo a defenderla como parte de sí mismo”.

ESTIMADOS LECTORES: Con este número doy por concluidos los relatos sudcalifornianos. Fueron cincuenta páginas, y a través de ellas traté de ofrecer un panorama de algunos de los hechos y personajes que han trascendido en la historia de Baja California Sur. Doy las gracias al periódico “El Sudcalifoniano” por permitirme un espacio en ese importante medio de comunicación. Y al periodista Gerardo Ceja García por el excelente diseño de impresión de los relatos. Y a ustedes por darse el tiempo de leerlos.

AGRADECIMIENTO DEL EDITOR
El trabajo de don Leonardo, recolectado en estos cincuenta número de Relatos de la historia sudcaliforniana, sin duda ha sido un gran aporte a la historiografía peninsular, además de enriquecer al periodismo cultural en Baja California Sur. Como editor me siento muy halagado de trabajar con el maestro Reyes Silva y yo soy quien le agradece por haber aceptado esta propuesta.

Quiero destacar que este material no solo se conservará en las hemerotecas, sino que, gracias a las actuales tecnologías, los relatos están disponibles en línea a través del blog que aparece en el enlace ubicado al final de la página.

domingo, 14 de abril de 2013

Federico Cota el contrarrevolucionario



Por Leonardo Reyes Silva

Cuando Félix Ortega tomó las armas para oponerse al usurpador Victoriano Huerta en 1913, sabía a que enemigo se iba a enfrentar, pues ya conocía el carácter decidido y tenaz del jefe político del Distrito Sur de la Baja California, el doctor Federico Cota.

Cota había tomado posesión de la jefatura unos días después del asesinato del presidente Madero —22 de febrero de 1913— y estaba identificado con el grupo porfirista. Antes había estado al frente del ayuntamiento de San Antonio. Así es que ya conocía los vericuetos de la política local. Estaba relacionado con los funcionarios que gobernaron la entidad durante todo el periodo de la dictadura de Porfirio Díaz como el general Agustín Sanginés, Gastón Vives, Teófilo Uzcárraga, Agustín Arriola, Francisco J. Cabezud, Filemón C. Piñeda y Félix Moreno.

Durante su mandato le tocó enfrentarse a los reclamos de una parte del pueblo indignado por el asesinato de Madero. Reclamos que eran canalizados a través del Club Democrático Californiano que dirigía Félix Ortega y del ayuntamiento de La Paz afín a los principios de esa agrupación. Y en el mes de junio de 1913 tuvo que tomar medidas enérgicas para sofocar la rebelión iniciada por un grupo de revolucionarios que expidieron el Plan de las Playitas de la Concepción, a cuyo frente esta el mismo Félix Ortega Aguilar.

Después de la muerte de Madero, a los integrantes del Club no les fue nada bien. El jefe político los acosó constantemente por manifestaciones en contra de su gobierno y por el temor de un levantamiento que pusiera en entredicho su autoridad. Con justificada razón Cota se quejaba ante el secretario de gobernación de que en el periódico “El eco de California” se criticaba negativamente a su gobierno y que personas del Comité Democrático viajaban a los pueblos del norte de la entidad para invitarlos a la rebelión.

Como tenía al ayuntamiento de La Paz en su contra, no halló mejor solución que rechazarle el presupuesto de egresos del 2013 y quitarle el mando de la policía. Acusado de promover un levantamiento armado mandó encarcelar al tesorero y dio de baja algunos empleados de su gobierno porque eran simpatizantes del ayuntamiento paceño. Estas y otras disposiciones hostiles, en vez de remediar las cosas, ayudaron más bien a crear un clima de inestabilidad política dando pie para que andando el tiempo se organizara la Junta Revolucionaria de la Baja California en la que Félix Ortega y Simón E. Cota eran sus dirigentes.

Esa junta revolucionaria se organizó en efecto, con la intención de sublevarse para derrocar al gobierno y lograr que de nueva cuenta el Territorio volviera por los cauces de la democracia, Así, el 20 de junio de 1913, Ortega y un grupo de partidarios proclamó el Plan de las Playitas convocando a los californianos a unirse a la lucha para restaurar el orden constitucional roto por la traición de Victoriano Huerta.

Pero no fue sino hasta el 27 de julio cuando Ortega al frente de un puñado de partidarios inició la insurrección armada atacando los poblados del Triunfo y San Antonio. Por su parte, el jefe político enterado del movimiento, lo primero que hizo fue detener a los simpatizantes del movimiento y enviar algunos al puerto de Guaymas, entre ellos a Eduardo R. Encinas, José Ramírez, Fernando Erquiaga y Antonio V. Navarro. A otros como Fernando Moreno, Ignacio L. Cornejo, Alejandro Abaroa y Adolfo Labastida los mandó aprehender, nomás que estos viéndole la cola al zorro tuvieron tiempo de esconderse.

Federico Cota estaba informado de los encuentros que habían tenido los revolucionarios con las tropas federales y el rumbo que los orteguistas seguirían para llegar a San José del Cabo. Auxiliado por fuerzas que llegaron de Mazatlán y con las propias comandadas por el militar Hernández y el cabo Leocadio Fierro, atacaron a los insurrectos en el rancho de La Trinidad los que, pese a su valerosa defensa, fueron derrotados.

Derrotados pero no vencidos, los orteguistas continuaron en la lucha obteniendo victorias sobre las fuerzas federales. Pero tenían como enemigo encarnizado al jefe político que no descansaba en su afán de acabar con la sublevación. Afortunadamente, el 25 de octubre de ese año de 1913, Cota cesó en sus funciones y en su lugar el gobierno huertista mandó al teniente coronel Gregorio Osuna, un militar procedente del interior de la república e ignorante por tanto de la situación que imperaba en la entidad.

Para los revolucionarios la llegada del nuevo jefe político fue una esperanza para lograr la paz dado que, al contrario de Federico Cota, no venía con ánimo de rencores, odios o deseos de venganza. Y así fue en efecto, con el tiempo y ante la imposibilidad de acabar con la insurrección, Osuna prefirió sumarse a las fuerzas constitucionalistas y fue por eso que renunció a la jefatura política para ponerse a las órdenes del general Obregón.

Federico Cota, el hombre que mantuvo una lucha sin tregua contra las fuerzas de Félix Ortega no se ensañó con sus adversarios. Prefirió encarcelarlos o mandarlos fuera de la entidad antes que mancharse las manos. Su responsabilidad como jefe político la cumplió a cabalidad. No podía ser de otra manera ya que sus principios partidarios así se lo exigían. Libre de compromisos y con el deber cumplido, cambió su residencia a la ciudad de Mexicali donde murió.

sábado, 30 de marzo de 2013

El Plan de Tacubaya en Baja California Sur



Por Leonardo Reyes Silva

Cuando nuestro país se convirtió en república al promulgarse la Constitución de 1824 y observar como en los siguientes años no se consolidaban las instituciones nacionales, consideró la conveniencia de crear una nueva constitución más acorde con las aspiraciones políticas, económicas y sociales de los mexicanos.

Fue así como en 1856 el presidente Ignacio Comonfort de acuerdo con el Congreso elaboraron una nueva Constitución que fue promulgada el 5 de febrero de 1857. En ella se incluyeron principios liberales como la libertad de educación y la libertad religiosa al no declarar como única la católica.

Esta nueva ley fundamental no fue reconocida por el partido conservador ni por el clero por que afectaba sus intereses. Esta oposición se había intensificado cuando se expidió la ley de desamortización de los bienes eclesiásticos publicada años antes por el mismo Comonfort, en la que se disponía que se vendieran todas las fincas rústicas y urbanas del clero. Por eso, no fue una sorpresa que se desconociera la constitución recién promulgada.

Los grupos conservadores presionaron al presidente Comonfort para que cesara la vigencia de la Carta Magna, y de acuerdo con ellos aceptó el Plan de Tacubaya proclamado por el general Félix Zuloaga en el que se declaraba que cesaba de regir en la república la Constitución de 1857, que continuaba en el mando Comonfort y la expedición de una nueva Constitución.

El presidente, que al principio estuvo de acuerdo con el Plan, luego se arrepintió y no halló otra salida que renunciar a su cargo, por lo que el general Zuloaga tomó posesión como presidente interino de la república. Pero al que le correspondía ser el primer mandatario por derecho legal era el presidente de la Suprema Corte de la Nación que estaba a cargo del licenciado Benito Juárez.

Así pues hubo dos presidentes en esos años: uno amparado en el Plan de Tacubaya y el otro por mandato constitucional. Lo que originó esta dualidad de intereses políticos fue la llamada Guerra de Reforma que ensangrentó durante tres años todo el país, en los años de 1858 a 1860.

Desde luego, a Baja California también le llegó su parte. Cuando el general Zuloaga expidió el Plan de Tacubaya, la tropa acantonada en La Paz reconoció dicho documento, lo cual no fue aceptado por la mayoría de la población. El coronel Diego Castilla comandante de la guarnición militar tuvo que enfrentar a las fuerzas liberales del sur de la entidad las que, después de algunos encuentros, se apoderaron de La Paz. Castilla logró huir a tiempo.

Al desconocer el Plan de Tacubaya y desde luego la presidencia del general Félix Zuloaga, el grupo liberal encabezado por Manuel Márquez de León, Mauricio Castro, Pablo Gastélum e Ildefonso Green, convocaron a la Asamblea Legislativa la que tomó los siguientes acuerdos: 1.- El Territorio de la Baja California es parte integrante de la Nación Mexicana. 2.- Acata y defiende la Constitución General de 1857 como única ley fundamental de la República. 3.- Mientras dure la guerra civil se gobernará el Territorio con absoluta independencia del resto de la República.

Como es de muchos conocido la Guerra de Reforma terminó con el triunfo de las fuerzas defensoras de la legalidad y en la batalla decisiva de Calpulalpan la paz volvió nuevamente al país. Las leyes de reforma que Juárez expidió en Veracruz, sobre todo la que decretaba la nacionalización de los bienes del clero y la del Registro Civil, aseguró para el país la vigencia de la Constitución de 1857.

En esos años de la guerra civil, el pueblo del Territorio de la Baja California se gobernaba a través de un Estatuto Orgánico y de una Asamblea Legislativa integrada por diputados de los siete municipios de la entidad. Pero al término de la guerra, por disposición del gobierno central, esa ley quedó sin efecto y de nueva cuenta fue la Constitución la que rigió los destinos de esta parte del país.

Se puso fin a la guerra, pero las consecuencias del Plan de Tacubaya fueron más allá de la paz esperada. El partido conservador, incluyendo al clero, jamás estuvo conforme con su derrota y prosiguieron sus campañas de desprestigio en contra del gobierno de Benito Juárez. Algunos de ellos, en Europa, intrigaban ante las potencias europeas en busca de apoyo para su causa.

Y no hallaron otra cosa mejor que pedir la intervención de nuestro país y la instalación de una monarquía en sustitución del gobierno republicano. Fue así como, en 1862, México se enfrentó a una nueva guerra, pero ahora contra Francia y después, en 1864, contra el gobierno imperial de Maximiliano de Habsburgo.

El fin de este conflicto es de todos conocido. Con el triunfo y el fusilamiento de Maximiliano, Miguel Miramón y Tomás Mejía, en el cerro de Las Campanas en Querétaro, volvió la paz a nuestro país. México que antes era solo un alboroto de facciones ahora, con Benito Juárez, fue solamente la Patria. Y fue Juárez el que pronunció este apotegma: “El pueblo que quiere ser libre lo será. Hidalgo nos enseñó que el poder de los reyes es demasiado débil cuando gobiernan contra la voluntad de los pueblos”

sábado, 16 de marzo de 2013

Hardy y el río Colorado


Por Leonardo Reyes Silva

En el año de 1826 el teniente Hardy de la real armada inglesa, recorrió la parte norte de la península de la Baja California en viaje de exploración, con el permiso del gobierno de México para buscar bancos de perlas y minerales. En el libro que escribió al que tituló “Viajes por el interior de México en 1825,1826, 1827 y 1828”, describe las peripecias que sufrió cuando su barco “El Bruja” se internó por la desembocadura del río Colorado y los peligros que corrió ante la amenaza de los indios de esa región.

Aunque ya muchos años antes otros expedicionarios habían recorrido parte del río, como Francisco de Ulloa en 1539 quien llegó al estuario y le puso por nombre "Ancón de San Andrés y Mar Bermeja” por el color de sus aguas; y también llegó en 1540 Fernando de Alarcón que llegó hasta la confluencia del río Gila. Asimismo arribó por tierra a esa región del Colorado el padre jesuita Francisco Eusebio Kino en 1701 y por último el misionero Fernando Consag, en 1746, que llegó en un bote de vela cerca del estuario.

A Hardy le fue mal desde el principio. Cuando intentaba remontar el río se rompió el timón y la nave estuvo a punto de encallar. A duras penas, lograron retirarla del peligro y anclarla a unos metros de la orilla. Con ayuda de los buzos rescataron las partes del timón y lograron reconstruirlo para colocarlo de nueva cuenta en su lugar.

Pero el peligro estuvo con las amenazas de los indígenas los que, a pesar que demostraban amistad, no podían ocultar sus intenciones de apoderarse del barco. Hubo ocasión en que tuvieron que amedrentarlos con los mosquetes y apuntarlos con los cañones para apaciguarlos. Al fin pudieron levar anclas y alejarse de la orilla fuera del alcance de los indios.

En la descripción de sus formas de vida, Hardy dice que “estos indios que se llaman Axua, son muy numerosos y definitivamente los seres más asquerosos que haya conocido. Se adornan el pelo con barro en vez de hacerlo con flores: también les encanta emplearlo para pintarse el cuerpo. Es cosa común verlos, en días de calor, revolcándose en el lodo como cerdos... quizá solamente lo hagan para refrescarse…”.

Sobre esta costumbre, Hardy relata una anécdota de su estancia en la Villa del Fuerte, Sinaloa. Dice que un día una señora muy gorda, agobiada por el intenso calor y a pesar de tener abierta las ventanas y puertas para refrescar la casa, no halló otra solución que abrir un hoyo en uno de los cuartos —tenía piso de tierra—, lo llenó de agua y después de revolver el líquido para hacer un lodo espeso, se desnudó y se metió en el agujero. Como sintió la frescura se acostó en el lodo y embadurnó todo su cuerpo, hasta la cabeza.

Cuando llegó su esposo a comer, al verla creyó que era un monstruo que había salido de las entrañas de la tierra y por poco le da un soponcio, si no es que la mujer lo trató de calmar diciéndole que era ella. Días después el marido que era un funcionario del ayuntamiento, soltaba una carcajada cuando recordaba la puntada de su mujer. Cuenta el señor que la original bañera todavía la conservan y de vez en cuando la utilizan. Sin querer la señora fue la inventora de las máscaras embellecedoras que hoy utilizan muchas mujeres en los salones de belleza y las que, a lo mejor, tienen como ingrediente el menospreciado lodo.

Por supuesto que los Axua le daban otro uso al lodo. Ellos se lo embijaban en el cabello y en todo el cuerpo para protegerse de los moscos, jejenes y otros insectos. Y como además los hombres se pintaban la cara con pigmentos blancos y rojos el resultado no era muy atractivo. Por otro lado, como era común en toda la California, andaban desnudos y sólo las mujeres usaban “taparrabos” confeccionados con tirillas de corteza de sauce.

Después se sortear varias amenazas de los indios, Hardy salió de las aguas del río Colorado luego de haber permanecido 26 días en esa región. Y enfiló rumbo a Guaymas, pasado por la isla Ángel de la Guarda y otras islas pequeñas que la rodean. Por fin, el 22 de agosto desembarcaron en el puerto de Guaymas dando por terminada su expedición por las costas de Baja California.
Desde luego, Robert William Hale Hardy fue unos de tantos navegantes que aportaron información valiosa sobre las características geográficas de la península. Además, en sus recorridos describieron aspectos etnológicos que fueron de gran ayuda para conocer las formas primitivas de vida de los habitantes de esa región desconocida de nuestro país en esos años.

Muchas décadas después esa región del río Colorado fue explorada y hubo asentamientos humanos en sus riberas, como el pueblo de Yuma por el lado de los Estados Unidos. Cuando se establecieron algunas rutas marítimas navegaron por el río dos pequeñas embarcaciones llamadas La Paz y la Río Colorado. Los capitanes de esas embarcaciones fueron Leopoldo Angulo, José Jacinto y Alejandro Abaroa. 

sábado, 2 de marzo de 2013

El ingenioso don Francisco de Ortega


Por Leonardo Reyes Silva

Entre los exploradores que llegaron a California en el siglo XVII destaca uno al que el doctor Miguel León Portilla lo llamó “El ingenioso don Francisco de Ortega”. Y a través de su narración justifica el por qué le llamó de ese modo.

En esos años, el virrey Marqués de Cerralvo por orden del rey, había suspendido las licencias para viajar a California, después de los fracasos que habían tenido los anteriores expedicionarios y los gastos que habían ocasionado a la Corona.

Pese a ello, Ortega buscó la manera de conseguir la autorización y no halló mejor recurso que enviarle un memorial al virrey en el que le proponía servirle, para investigar la realidad de las condiciones que guardaba la California y los motivos de los fracasos de años atrás. Asimismo le prometía recorrer las costas en busca de fondeaderos y su descripción.

En la licencia concedida, el virrey le decía: “… hacer viaje vía recta a las dichas Californias, descubrir y reconocer los puertos y ensenadas de aquellas islas y costas, observando los rumbos, derroteros y alturas de la navegación… procurando con particularidad enterarse de que naturales habitan aquella tierra, sus costumbres y modo de vivir, sin hacerles ofensa ni mal trato, antes toda la caricia y agasajo posible…”.

Y por no dejar, el virrey también le recomendó: “… informarse si tienen algunas riquezas, plata, oro u perlas, y si hay pesquerías dellas, como por diversas relaciones se ha entendido, y en que partes, autenticándolo todo con fe y testimonios autorizados de escribano…”.

El 27 de febrero den 1632 a bordo de la fragata Madre Luisa de la Ascensión, la que por cierto tardó cuatro años en construir con sus propios recursos, Ortega zarpo rumbo a las Californias, pero un temporal los obligó a refugiarse en el puerto de Mazatlán. Al fin, el tres de mayo avistaron la península y al pasar por una isla cercana a la bahía de La Paz la bautizó con el nombre de Cerralvo.

La expedición continuó hacia el extremo sur donde desembarcaron en la bahía de San Bernabé, lugar cercano a Cabo San Lucas. En ese lugar tuvieron contacto con los indígenas pericúes que se acercaron a la nave en sus balsas y canoas con el fin de intercambiar “pellejos muy bien curtidos de venados, leones y otros animales y nos trajeron algunas perlas quemadas y acanaladas…así como todo el pescado que podíamos comer…”.

En ese lugar un soldado se extravió en el monte, pero una india lo encontró y lo llevó al corral de piedras donde vivía. Como se hizo de noche tuvo que dormir allí para lo cual le ofrecieron un petate y unos cueros de venado para que se cobijara. De su estancia, el soldado refirió que “todas las indias chicas y grandes, todas andan vestidas de pellejos de animales y que las dichas indias son de buenos rostros y muy vergonzosas… los indios son bien dispuestos, robustos y ágiles para cualquier cosa, que al parecer fuera muy fácil reducirlos a nuestra santa fe católica…”.

En ese primer viaje, Ortega recorrió parte de las costas por el lado del mar de Cortés, desembarcó en el puerto de La Paz y le puso nombre a la isla Espíritu Santo. A causa del mal tiempo regresó a la contracosta en el mes de julio de 1632. En su segundo viaje de 1633 a 1634 llegaron de nuevo a La Paz en donde establecieron un campamento dada la buena aceptación de los nativos. Allí se construyeron varias chozas mientras que Ortega recorría la bahía en busca de bancos perleros.

Es muy probable, aunque las crónicas no lo dicen, que en la exploración de los fondos marinos, Ortega haya utilizado una especie de campana inventado por él, construida de madera y plomo en el que podían caber dos personas durante diez o doce días sin riesgo de ahogarse. Aunque había antecedentes de aparatos semejantes en siglos anteriores, no deja de ser sorprendente el fabricado por este navegante. Es lo que la ciencia ha conocido con el nombre de “batiscafo”.

En su tercero y último viaje —1636— por poco y no la contaban. Poco antes de llegar a La Paz tuvieron que sortear una fuerte tempestad que destruyó la fragata y los tripulantes a duras penas pudieron llegar a la costa. Pero ese desastre no amilanó al antiguo carpintero de ribera. Con los restos del naufragio construyó en 46 días una nueva embarcación conocida en ese entonces como “barco mastelero”, aparejada de mástil y vela, propia para recorrer las costas. Con ella recorrieron la parte norte de la península hasta la altura de la isla San Lorenzo y el canal de Salsipuedes.

De sus tres viajes, a Ortega se le recuerda por que le puso nombre a varias islas, entre ellas Las Ánimas, San Diego, Monserrate, del Carmen, Danzantes, San Marcos y Tortuga. Pero, además, por sus aportaciones etnográficas en las que describe las formas de vida de los indígenas pericúes y guaycuras, como las ceremonias fúnebres en ocasión de la muerte del hijo del cacique Bacarí.

El capitán Francisco de Ortega “con su arcabuz, peto acerado, adarga, espada y daga”, como lo describen en su primer viaje, fue uno más de los atrevidos expedicionarios que llegaron a las Californias en busca de fama y riquezas.

sábado, 16 de febrero de 2013

Una visita inesperada


Por Leonardo Reyes Silva

Corría el año de 1934, cuando nuestro país se encontraba en plena efervescencia política debido a las cercanas elecciones en las que la ciudadanía daría su voto a favor del nuevo presidente de México, para el período 1934-1940. En ese año de 1934, el primer mandatario sustituto era el general Abelardo L. Rodríguez, quien se encargó del poder Ejecutivo por renuncia del presidente Pascual Ortiz Rubio.

En esos años se fundó el Partido Nacional Revolucionario y fue éste quien postuló como su candidato al general Lázaro Cárdenas, con el visto bueno del expresidente Plutarco Elías Calles considerado en ese entonces como “el poder tras el trono”. Los otros tres candidatos que fueron respaldados por organizaciones como el Partido Comunista Mexicano fueron el general Antonio I. Villarreal, el coronel Adalberto Tejeda y Hernán Laborde.

Después de protestar como candidato el 6 de diciembre de 1933, Cárdenas realizó su campaña recorriendo todo el país y así llegó a la península de la Baja California. Estuvo en la ciudad de Ensenada donde fue atendido por el general Agustín Olachea Avilés, gobernador del territorio norte.

Según las crónicas, de ese lugar se trasladaría al puerto de Manzanillo ya que su campaña la hacía por barco. Por eso, aprovechando que pasarían cerca de La Paz y sin estar programada la visita, el general Cárdenas decidió saludar a los habitantes de la ciudad. Para ello se hizo acompañar del general Olachea dado que había sido gobernador del territorio sur en los años de 1929 a 1931.

Cuando desembarcó en el muelle fiscal,--era el mes de julio de 1934-- lo esperaban el general Juan Domínguez Cota gobernador de nuestra entidad y los principales funcionarios de su administración, entre ellos Luis I. Rodríguez, secretario general de Gobierno; el coronel Jesús de la Garza, oficial mayor: Efrén Muñoz Salazar, responsable de la Tesorería.

De su estancia en La Paz sobresalió un acto organizado por el PNR local, en ese año bajo la presidencia del señor Ramón J. Ganelón y de Alejandro D. Martínez como secretario general del Comité Directivo. De ese evento político corre una singular anécdota.

Resulta que Luis I. Rodríguez fue comisionado para que dijera el discurso de bienvenida al candidato. Pero con la premura del tiempo le pidió a su amigo Alejandro lo ayudara a redactar el importante documento. Entre los dos dieron forma al escrito y a la hora prevista, haciendo gala de sus dotes oratorias, Rodríguez logró mantener la atención del general Cárdenas y de los asistentes al acto. El propio candidato lo felicitó y le pidió datos sobre su persona.

A resulta de ello, unas semanas después Luis recibió un telegrama del general en el que lo invitaba para que se sumara a su campaña en calidad de secretario particular. Y cuando tomó posesión como presidente de la república lo ratificó en ese puesto.

Existe una confusión respecto a la visita del general Cárdenas a La Paz. Ello se debe a unas fotografías antiguas fechadas en el mes de julio de 1933 en las que aparece Cárdenas acompañado de Plutarco Elías Calles y de Agustín Olachea. Pero en su informe de labores realizadas en los años de 1932 a 1937, el general Juan Domínguez Cota incluyó una fotografía de la visita pero fechada en el mes de julio de 1934 donde aparecen solamente Cárdenas, Olachea y Domínguez. Y a un extremo, sobresaliendo por su estatura, el licenciado Luis I. Rodríguez.

En las fotografías de 1933 —Cárdenas aún no era candidato— se observa un banquete ofrecido a los visitantes en la “Quinta de los hermanos Ruffo”, al que asistieron personajes de la iniciativa privada como Arturo C. Nahl y Roberto Ruffo. También estuvieron presentes Luis I. Rodriguez y el capitán Isidro Domínguez Cota.

En la Historia General de Baja California Sur, tomo II, cuando se refiere al gobierno del general Domínguez Cota, no hace ninguna alusión de la visita de Cárdenas en 1933 o 1934. Así es que la duda queda: ¿visitó La Paz en dos ocasiones el general, primero acompañando a Plutarco Elías Calles y después como candidato?

De todas formas el que salió ganando con la presencia de Cárdenas en La Paz fue Luis I. Rodríguez. De secretario particular del presidente fue electo gobernador de su estado natal, Guanajuato. Y en 1938 fue el primer presidente del Partido de la Revolución Mexicana.

sábado, 2 de febrero de 2013

Los diputados constituyentes de ayer


Por: Leonardo Reyes Silva

No, no hacemos referencia a los diputados que integraron el congreso constituyente de 1975 y que dieron forma a la Constitución Política del Estado de Baja California Sur. Hace 153 años aquí en La Paz, seis diputados integrados en una asamblea legislativa dieron origen a un Estatuto Orgánico del Territorio de la Baja California la que, por su contenido, era semejante a una constitución abreviada.

En 1860, debido a las difíciles condiciones políticas en que se encontraba el gobierno de la república a causa del desconocimiento de la Constitución de 1857, y la lucha entre liberales y conservadores en la llamada Guerra de Reforma, la diputación territorial expidió un manifiesto que en entre otras cosas decía:
“El territorio de la Baja California es parte integrante de la Nación Mexicana. Acata y defiende la Constitución General de 1857, como la única ley fundamental de la República. Mientras dure la guerra civil, se gobernará el Territorio con total independencia del resto de la República, hasta que restablecido el orden legal, se sujete de nuevo a lo que disponga el Soberano Congreso de la Unión”.

Los diputados Manuel Márquez (de León), Félix Gibert, José María Gómez, Juan de Dios Angulo, Tranquilino Villasana y Manuel Salvador Villarino elaboraron la Ley Orgánica Fundamental, misma que fue promulgada el 14 de febrero de 1860 por el entonces jefe político Ramón Navarro. La Ley estaba integrada por 50 artículos y un transitorio y en ellos se disponían aspectos como los siguientes:
Art. 2o.- El gobierno del territorio se divide en Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Nunca podrán reunirse dos o más poderes en una persona o corporación, ni depositarse en un individuo.
Art. 3º.- El ejercicio del Poder Legislativo de la Baja California se deposita en una asamblea que se denominará Asamblea Legislativa.
Art. 22º.- Se deposita el ejercicio del Poder Ejecutivo en un solo individuo que se denominará “Gobernador del Territorio de la Baja California
Art. 23º.- La elección de gobernador se hará por la Asamblea cada dos años…
Art. 25º.- El gobernador entrará en funciones el día 1º de enero inmediato a su elección y durará en su encargo dos años.
Art. 36º.- El Poder Judicial del territorio estará a cargo de un Tribunal Superior de Justicia y de los juzgados de Primera Instancia que fueren necesarios.

Con las facultades otorgadas en la Ley Orgánica, la asamblea legislativa nombró a varios gobernadores, entre ellos a Teodoro Riveroll, Pedro Magaña Navarrete y Félix Gibert. Y una de sus últimas decisiones fue designar, en 1868, a José María Castro, aunque de hecho no tomó posesión dado que el gobierno central en ese mismo año había desconocido tanto a la asamblea legislativa como el Estatuto Orgánico.

En los considerandos para que el Congreso General declarara sin vigencia la Ley Orgánica de la Baja California de 1860 se decía que: “… es una verdadera anomalía que en la Baja California haya una Asamblea Legislativa, con la circunstancia agravante de estar regida por un Estatuto Orgánico… Si un territorio ha de tener sus poderes locales Legislativo, Ejecutivo y Judicial, independientes y soberanos, no se comprende en que puede distinguirse ya de los estados de la federación…Todo esto como se ve es inadmisible.

Por esos motivos, se expidió un proyecto de ley en el que se declaraba que no estaba vigente el Estatuto Orgánico de la Baja California, expedido el 12 de febrero de 1860. Y se autorizaba al Ejecutivo para expedir un nuevo Estatuto Orgánico de dicho territorio.

En 1872 el gobierno central presentó un proyecto de Estatuto Orgánico de la Baja California, iniciativa que nunca fue aprobada y así nuestro pueblo, que tanto había luchado por gobernarse a sí mismo, tuvo que resignarse a depender de las decisiones políticas de los presidentes en turno, decisiones las más de las veces arbitrarias e injustas para las aspiraciones de los bajacalifornianos.

Pero queda la añoranza de los diputados de ese entonces, de la asamblea legislativa y los acuerdos que tomaron para lograr el desarrollo de la entidad. Fueron tan solo ocho años en que Baja California pudo disfrutar de un clima de libertad y democracia. Fue una época marcada por dos guerras, la de Reforma y la Intervención Francesa. Y por conflictos internos que no lograron romper los vínculos con el gobierno de la república.

Habrían de pasar muchos años para que de nueva cuenta nuestra entidad pudiera elegir libremente a sus representantes populares, entre ellos al gobernador, a los diputados locales y a los senadores. Fue cuando en 1974, el territorio se convirtió en el Estado libre y soberano de Baja California Sur.

domingo, 20 de enero de 2013

Una lamentable equivocación


Por: Leonardo Reyes Silva

Cuando el licenciado Adolfo de la Huerta, presidente interino de nuestro país en 1920, autorizó la realización de un plebiscito para seleccionar al nuevo gobernador del Distrito Sur de la Baja California, no se pudo imaginar el sesgo político que andando el tiempo cometería la persona electa en ese entonces.

Agustín Arriola Martínez ganó los comicios con amplia ventaja. Le favoreció mucho haber sido con anterioridad integrante del ayuntamiento de La Paz y presidente del mismo. Apoyado por sus antiguos amigos y colaboradores, entre ellos Filemón C. Piñeda, Antonio F. Delgado, Cuauhtémoc Hidalgo, Alejandro de la Toba, quienes formaron parte de su equipo de gobierno.

Mientras allá en la ciudad de México, como resultado de las elecciones para elegir al presidente de nuestro país, tomaba posesión el general Álvaro Obregón el 1º de diciembre de 1920. Uno de sus primeras acciones fue nombrar a Adolfo de la Huerta como Ministro de Hacienda.

El hecho de que hubiera sido De la Huerta el que consigió el acceso a la gubernatura de Arriola, permitió a éste fijar un compromiso con las autoridades centrales, no solamente en los apoyos económicos recibidos sino también en el aspecto político. Después de la toma de posesión de Obregón de seguro las cosas siguieron igual, aunque con las limitaciones propias en cuanto a la ayuda recibida.

Lo cierto es que los cuatro años de gobierno de Arriola se distinguieron por la atención que puso en el desarrollo de la agricultura, en la dotación de tierras a los campesinos, la construcción de caminos y su preocupación por elevar el nivel educativo de los niños y los jóvenes.

Pero en su carácter de territorio la dependencia económica era total. Fue por eso que en 1923 las participaciones federales disminuyeron drásticamente debido a la rebelión armada encabezada por Adolfo de la Huerta, que obligó al gobierno a desviar recursos para someterla. Desde luego esa insurrección no contó con el apoyo de la administración territorial.

En ese año de 1923 las corrientes políticas estaban en todo su apogeo, pues se tenía que elegir candidato para la sucesión presidencial. Desde un principio se perfiló el nombre del general Plutarco Elías Calles, como el preferido del presidente Obregón. Total, cuando se verificaron las elecciones, sólo se presentaron dos candidatos: los generales Plutarco Elías Calles y Ángel Flores, éste último exgobernador del estado de Sinaloa.

En el Distrito los partidos políticos de uno y otro candidato realizaron intensas campañas de proselitismo y algunos de ellos acusaron al gobierno de Arriola de apoyar al general Flores. Cuando se supo el resultado de los sufragios, no causó sorpresa de que los lugares donde había triunfado el opositor de Calles fueran Sinaloa y esta entidad. Aquí, la votación final fue de 2443 votos para Flores y 1035 para Calles.

Como resultado de esa votación, opuesta a los intereses del grupo en el poder, el todavía presidente Obregón decidió destituir de su cargo al gobernador Arriola, en el mes de septiembre de 1924. En su lugar fue nombrado el general Miguel Piña, hijo.

En un libro de mi autoría dije que: “La administración de Arriola duró cuatro años, de septiembre de 1920 a septiembre de 1924. Posiblemente hubiera durado hasta la toma de posesión del general Calles —1º de diciembre de 1924— o a lo mejor éste lo hubiera ratificado en su puesto si el comportamiento de las elecciones hubiera sido de otra manera. Lamentablemente la ciudadanía del Distrito se inclinó por la candidatura del general Flores y eso motivó, creemos, el descrédito de Arriola y la inmediata remoción de su cargo…”.

En esta lamentable equivocación don Agustín adoleció de sensibilidad política. Por más que halla sido amigo del general Flores, —dicen que éste le regaló un fino caballo en que Arriola se paseaba por el centro de la ciudad— lo cierto es que por su mala decisión dio pie para que durante los 50 años siguientes el pueblo sudcaliforniano no tuviera derecho a elegir a su gobernador.

A pesar de ello, la buena administración de Agustín Arriola compensa su actitud política. A lo mejor, dentro de su fuero interno, estaba convencido de que en la vida democrática de un país no valen las imposiciones, como fue el caso de la sucesión presidencial de 1924. Y fue congruente con ello, dado que su puesto de gobernador se lo debió a la ciudadanía que votó sin coacciones de ninguna naturaleza.

sábado, 5 de enero de 2013

Ortega, un audaz reformador


Por Leonardo Reyes Silva
Después de haber triunfado la revolución constitucionalista y la derrota del usurpador Victoriano Huerta en 1914, la Soberana Convención de Aguascalientes nombró al general Félix Ortega Aguilar como jefe político y militar del Distrito Sur de la Baja California.

Con ese nombramiento llegó a La Paz a fines de enero de 1915, y al tomar posesión del gobierno emitió un manifiesto en el que se sometía a las disposiciones de la Convención y acataba sus instrucciones, en el sentido de “hacer que esta apartada región sienta la influencia bienhechora de un gobierno que se esfuerza por todo lo que significa progreso…”.

Ortega pronto se dio cuenta de los graves problemas que padecía la entidad. El erario estaba en crisis y por eso autorizó un aumento a los impuestos sobre las mercancías que se exportaran tanto al interior del país como al extranjero. Los sueldos de los funcionarios fueron rebajados y prohibió la circulación de bonos y billetes emitidos por el gobierno anterior de Miguel L. Cornejo. En su lugar se autorizaron los billetes de circulación nacional emitidos en Chihuahua, Durango, Sonora y Sinaloa.

En el mes de marzo Ortega hizo un recorrido por el sur de la entidad y pudo darse cuenta de las condiciones de pobreza en que vivían muchas familias y la carencia de productos alimentarios. Para remediar un poco la situación, ordenó al presidente municipal de San José del Cabo comprara directamente a los agricultores sus productos, entre ellos el frijol, calabaza y camote, a fin de venderlos a precios accesibles a las familias y el resto poder enviarlo a ciudades de la contracosta para cambiarlos por café, arroz, maíz o harina de trigo.

Hizo más a favor del pueblo desprotegido. A los ganaderos les exigió que le vendieran al gobierno parte de las reses destinadas al consumo. Compradas a un precio justo, se vendió la carne a 30 centavos el kilogramo y el resto se distribuyó de forma gratuita a las familias de los pueblos de El Triunfo y San Antonio.
Pero lo más trascendente de su gobierno y que causó profundo malestar entre los comerciantes de La Paz, fue la creación de una tienda proveedora que tendría como función proporcionar mercancías a precios justos. Para ello la proveedora adquirió productos directamente de los agricultores y apoyó económicamente a un grupo de pescadores a fin de que le entregaran lo que habían sacado del mar.

En una crónica que escribí hace tiempo, afirmé que Félix Ortega fue un hombre visionario y que se adelantó en muchos años a la creación de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (CONASUPO), en 1962. Esta compañía fue creada con el fin de garantizar la compra y regulación de precios en productos de la canasta básica, en particular el maíz. Cuando desapareció en 1999, fue sustituida por Diconsa que cumple con el mismo objetivo y que opera hasta la fecha en las zonas más marginadas del país.

Como era natural, las medidas tomadas por Ortega en beneficio del pueblo no fueron del agrado de los comerciantes de La Paz ya que afectaban sus intereses económicos. Y aunque al principio estuvieron de acuerdo, pudo más su avaricia y la defensa de sus capitales, por no mencionar la pérdida de su poder político.

En el mes de abril empezaron a conspirar para quitar del gobierno a Ortega. Pero fue hasta el 29 de mayo cuando la mayor parte de la guarnición de La Paz se sublevó encabezada por el jefe de armas Eduardo Burns. Antes de ser hecho prisionero, logró huir en una embarcación rumbo a Santa Rosalía y Guaymas. Acéfalo el gobierno, se nombró una junta de gobierno integrada por Luis Pozo, Eduardo S. Carrillo, Felipe R. Cota y Eduardo Burns.

Poco tiempo les duró el gusto pues en el mes de julio el gobierno de Carranza nombró al mayor Urbano Angulo como jefe político y militar del Distrito Sur de la Baja California. Éste, de inmediato, se dedicó a desconocer las reformas económicas de Ortega a fin de corresponder al apoyo que le brindaron los comerciantes de La Paz.

Yo siempre he pensado que si el general Félix Ortega Aguilar se hubiera afiliado al gobierno de Carranza y no al de la Convención respaldada por Francisco Villa, otro gallo le hubiera cantado y quizá hubiera sido un extraordinario gobernante. Sus iniciativas a favor de las clases desprotegidas, el conocimiento que tenía del pueblo sudcaliforniano y el apoyo que recibiría del gobierno central seguramente le iban a permitir continuar con sus reformas económicas y sociales.

Pero no fue así. El hombre líder de la revolución en Baja California Sur en 1913 y 1914, el sudcaliforniano que estuvo presente en la Convención Soberana de Aguascalientes en el mes de octubre de 1814, el personaje que aceptó ser comandante militar y cederle la jefatura del gobierno a Miguel L. Cornejo, el que después lo traicionaría, no pudo lograr sus propósitos reformistas por que se le acabó su tiempo.