Entre los exploradores que llegaron a California en el siglo
XVII destaca uno al que el doctor Miguel León Portilla lo llamó “El ingenioso
don Francisco de Ortega”. Y a través de su narración justifica el por qué le
llamó de ese modo.
En esos años, el virrey Marqués de Cerralvo por orden del
rey, había suspendido las licencias para viajar a California, después de los
fracasos que habían tenido los anteriores expedicionarios y los gastos que habían
ocasionado a la Corona.
Pese a ello, Ortega buscó la manera de conseguir la
autorización y no halló mejor recurso que enviarle un memorial al virrey en el
que le proponía servirle, para investigar la realidad de las condiciones que
guardaba la California
y los motivos de los fracasos de años atrás. Asimismo le prometía recorrer las
costas en busca de fondeaderos y su descripción.
En la licencia concedida, el virrey le decía: “… hacer viaje
vía recta a las dichas Californias, descubrir y reconocer los puertos y
ensenadas de aquellas islas y costas, observando los rumbos, derroteros y
alturas de la navegación… procurando con particularidad enterarse de que
naturales habitan aquella tierra, sus costumbres y modo de vivir, sin hacerles
ofensa ni mal trato, antes toda la caricia y agasajo posible…”.
Y por no dejar, el virrey también le recomendó: “… informarse
si tienen algunas riquezas, plata, oro u perlas, y si hay pesquerías
dellas, como por diversas relaciones se ha entendido, y en que partes, autenticándolo
todo con fe y testimonios autorizados de escribano…”.
El 27 de febrero den 1632 a bordo de la fragata Madre Luisa de la
Ascensión , la que por cierto tardó cuatro años en
construir con sus propios recursos, Ortega zarpo rumbo a las Californias, pero
un temporal los obligó a refugiarse en el puerto de Mazatlán. Al fin, el tres
de mayo avistaron la península y al pasar por una isla cercana a la bahía de La Paz la bautizó con el nombre
de Cerralvo.
La expedición continuó hacia el extremo sur donde
desembarcaron en la bahía de San Bernabé, lugar cercano a Cabo San Lucas. En
ese lugar tuvieron contacto con los indígenas pericúes que se acercaron a la
nave en sus balsas y canoas con el fin de intercambiar “pellejos muy bien
curtidos de venados, leones y otros animales y nos trajeron algunas perlas
quemadas y acanaladas…así como todo el pescado que podíamos comer…”.
En ese lugar un soldado se extravió en el monte, pero una
india lo encontró y lo llevó al corral de piedras donde vivía. Como se hizo de
noche tuvo que dormir allí para lo cual le ofrecieron un petate y unos cueros
de venado para que se cobijara. De su estancia, el soldado refirió que “todas
las indias chicas y grandes, todas andan vestidas de pellejos de animales y que
las dichas indias son de buenos rostros y muy vergonzosas… los indios son bien
dispuestos, robustos y ágiles para cualquier cosa, que al parecer fuera muy
fácil reducirlos a nuestra santa fe católica…”.
En ese primer viaje, Ortega recorrió parte de las costas por
el lado del mar de Cortés, desembarcó en el puerto de La Paz y le puso nombre a la isla
Espíritu Santo. A causa del mal tiempo regresó a la contracosta en el mes de
julio de 1632. En su segundo viaje de 1633 a 1634 llegaron de nuevo a La Paz en donde establecieron un
campamento dada la buena aceptación de los nativos. Allí se construyeron varias
chozas mientras que Ortega recorría la bahía en busca de bancos perleros.
Es muy probable, aunque las crónicas no lo dicen, que en la
exploración de los fondos marinos, Ortega haya utilizado una especie de campana
inventado por él, construida de madera y plomo en el que podían caber dos
personas durante diez o doce días sin riesgo de ahogarse. Aunque había
antecedentes de aparatos semejantes en siglos anteriores, no deja de ser sorprendente
el fabricado por este navegante. Es lo que la ciencia ha conocido con el nombre
de “batiscafo”.
En su tercero y último viaje —1636— por poco y no la
contaban. Poco antes de llegar a La
Paz tuvieron que sortear una fuerte tempestad que destruyó la
fragata y los tripulantes a duras penas pudieron llegar a la costa. Pero ese
desastre no amilanó al antiguo carpintero de ribera. Con los restos del
naufragio construyó en 46 días una nueva embarcación conocida en ese entonces
como “barco mastelero”, aparejada de mástil y vela, propia para recorrer las
costas. Con ella recorrieron la parte norte de la península hasta la altura de
la isla San Lorenzo y el canal de Salsipuedes.
De sus tres viajes, a Ortega se le recuerda por que le puso
nombre a varias islas, entre ellas Las Ánimas, San Diego, Monserrate, del
Carmen, Danzantes, San Marcos y Tortuga. Pero, además, por sus aportaciones
etnográficas en las que describe las formas de vida de los indígenas pericúes y
guaycuras, como las ceremonias fúnebres en ocasión de la muerte del hijo del
cacique Bacarí.
El
capitán Francisco de Ortega “con su arcabuz, peto acerado, adarga, espada y
daga”, como lo describen en su primer viaje, fue uno más de los atrevidos
expedicionarios que llegaron a las Californias en busca de fama y riquezas.
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