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sábado, 30 de marzo de 2013

El Plan de Tacubaya en Baja California Sur



Por Leonardo Reyes Silva

Cuando nuestro país se convirtió en república al promulgarse la Constitución de 1824 y observar como en los siguientes años no se consolidaban las instituciones nacionales, consideró la conveniencia de crear una nueva constitución más acorde con las aspiraciones políticas, económicas y sociales de los mexicanos.

Fue así como en 1856 el presidente Ignacio Comonfort de acuerdo con el Congreso elaboraron una nueva Constitución que fue promulgada el 5 de febrero de 1857. En ella se incluyeron principios liberales como la libertad de educación y la libertad religiosa al no declarar como única la católica.

Esta nueva ley fundamental no fue reconocida por el partido conservador ni por el clero por que afectaba sus intereses. Esta oposición se había intensificado cuando se expidió la ley de desamortización de los bienes eclesiásticos publicada años antes por el mismo Comonfort, en la que se disponía que se vendieran todas las fincas rústicas y urbanas del clero. Por eso, no fue una sorpresa que se desconociera la constitución recién promulgada.

Los grupos conservadores presionaron al presidente Comonfort para que cesara la vigencia de la Carta Magna, y de acuerdo con ellos aceptó el Plan de Tacubaya proclamado por el general Félix Zuloaga en el que se declaraba que cesaba de regir en la república la Constitución de 1857, que continuaba en el mando Comonfort y la expedición de una nueva Constitución.

El presidente, que al principio estuvo de acuerdo con el Plan, luego se arrepintió y no halló otra salida que renunciar a su cargo, por lo que el general Zuloaga tomó posesión como presidente interino de la república. Pero al que le correspondía ser el primer mandatario por derecho legal era el presidente de la Suprema Corte de la Nación que estaba a cargo del licenciado Benito Juárez.

Así pues hubo dos presidentes en esos años: uno amparado en el Plan de Tacubaya y el otro por mandato constitucional. Lo que originó esta dualidad de intereses políticos fue la llamada Guerra de Reforma que ensangrentó durante tres años todo el país, en los años de 1858 a 1860.

Desde luego, a Baja California también le llegó su parte. Cuando el general Zuloaga expidió el Plan de Tacubaya, la tropa acantonada en La Paz reconoció dicho documento, lo cual no fue aceptado por la mayoría de la población. El coronel Diego Castilla comandante de la guarnición militar tuvo que enfrentar a las fuerzas liberales del sur de la entidad las que, después de algunos encuentros, se apoderaron de La Paz. Castilla logró huir a tiempo.

Al desconocer el Plan de Tacubaya y desde luego la presidencia del general Félix Zuloaga, el grupo liberal encabezado por Manuel Márquez de León, Mauricio Castro, Pablo Gastélum e Ildefonso Green, convocaron a la Asamblea Legislativa la que tomó los siguientes acuerdos: 1.- El Territorio de la Baja California es parte integrante de la Nación Mexicana. 2.- Acata y defiende la Constitución General de 1857 como única ley fundamental de la República. 3.- Mientras dure la guerra civil se gobernará el Territorio con absoluta independencia del resto de la República.

Como es de muchos conocido la Guerra de Reforma terminó con el triunfo de las fuerzas defensoras de la legalidad y en la batalla decisiva de Calpulalpan la paz volvió nuevamente al país. Las leyes de reforma que Juárez expidió en Veracruz, sobre todo la que decretaba la nacionalización de los bienes del clero y la del Registro Civil, aseguró para el país la vigencia de la Constitución de 1857.

En esos años de la guerra civil, el pueblo del Territorio de la Baja California se gobernaba a través de un Estatuto Orgánico y de una Asamblea Legislativa integrada por diputados de los siete municipios de la entidad. Pero al término de la guerra, por disposición del gobierno central, esa ley quedó sin efecto y de nueva cuenta fue la Constitución la que rigió los destinos de esta parte del país.

Se puso fin a la guerra, pero las consecuencias del Plan de Tacubaya fueron más allá de la paz esperada. El partido conservador, incluyendo al clero, jamás estuvo conforme con su derrota y prosiguieron sus campañas de desprestigio en contra del gobierno de Benito Juárez. Algunos de ellos, en Europa, intrigaban ante las potencias europeas en busca de apoyo para su causa.

Y no hallaron otra cosa mejor que pedir la intervención de nuestro país y la instalación de una monarquía en sustitución del gobierno republicano. Fue así como, en 1862, México se enfrentó a una nueva guerra, pero ahora contra Francia y después, en 1864, contra el gobierno imperial de Maximiliano de Habsburgo.

El fin de este conflicto es de todos conocido. Con el triunfo y el fusilamiento de Maximiliano, Miguel Miramón y Tomás Mejía, en el cerro de Las Campanas en Querétaro, volvió la paz a nuestro país. México que antes era solo un alboroto de facciones ahora, con Benito Juárez, fue solamente la Patria. Y fue Juárez el que pronunció este apotegma: “El pueblo que quiere ser libre lo será. Hidalgo nos enseñó que el poder de los reyes es demasiado débil cuando gobiernan contra la voluntad de los pueblos”

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